UN CRIMEN EN LOS AÑOS ’30, EN LAS TIERRAS DE GRAND BOURG


Fue un hecho conmocionante, cuando todo era campo. La víctima, el dueño de una quinta de verduras. La investigación y los culpables.

Trabajo rural en la zona de Grand Bourg, en la década del ’40

En 1932, las tierras que hoy conforman la localidad malvinense de Grand Bourg fueron escenario de un hecho policial conmocionante. Tanto, que llamó la atención de los grandes diarios porteños de la época.

Hay que situarse un poco en el contexto. Por entonces, Grand Bourg no existía. Sus tierras eran todo campo, una zona perdida en las afueras del viejo partido de General Sarmiento. La estación de trenes llegaría muchos años después; solo había tambos, algún horno de ladrillos, chacras y quintas de verduras. Un sitio tranquilo, con escasos pobladores, impensado para un crimen de características escalofriantes.

Pío Rapossi era un italiano que tenía en el lugar una quinta de verduras. Era un establecimiento importante, que despachaba a diario sus productos hacia Buenos Aires.

Rapossi –que era un hombre maduro- vivía allí con su joven esposa, la argentina María Gatti, y dos o tres peones que los asistían en la quinta.

El 13 de agosto de 1932, Rapossi fue salvajemente asesinado en el dormitorio de la casa. Su mujer apareció atada y con algunos cortes, en la cocina. Ante la Policía, declaró que tres hombres habían entrado para robar y asesinaron al marido. Después, según el relato, habían escapado con el dinero, dejándola amarrada. Dos peones que dormían en un galpón no pudieron aportar demasiado: alguien los había dejado encerrados trancando la puerta desde afuera.

Dos días después, el diario La Prensa publicaba una nota que titulaba: «Tres sujetos asaltaron anteanoche una quinta en General Sarmiento«.“Con todo ensañamiento los  delincuentes dieron muerte al propietario de la misma«, acotaba.

El artículo se basaba en el relato de María. Contaba que tres sujetos, cuyos rostros estaban tapados por pañuelos, entraron por la noche a la casa. Luego de intimidar a la esposa, que se hallaba en la cocina, se dirigieron al dormitorio donde Rapossi dormía. «Fue atacado por los sujetos, que le infirieron numerosas heridas de arma blanca en distintas partes del cuerpo y,además, le hicieron varios disparos de revólver, dos de cuyos proyectiles le produjeron heridas en el costado izquierdo. Luego, los dos asaltantes, con todo ensañamiento destrozaron la cabeza de la víctima, al parecer con una hacha”, explicaba el texto. Y agregaba mas datos: “el otro delincuente que había quedado con la esposa de la víctima, maniató a estay con un cuchillo le infirió una herida leve en el lado izquierdo del pecho.Tras esto, los delincuentes se dieron a la fuga, robando la suma de 1.005 pesos”. El tremendo relato conmocionó a la opinión pública.

El Comisario de SanMiguel, Vicente Castro, trabajaba febrilmente en el caso, junto con los oficiales Mandiari, Rodríguez y Tuci. Pronto llegarían refuerzos desde La Plata, con investigadores de la Jefatura de la Provincia, de la División de Dactiloscopia y de la Policía Federal.

Poco después, la investigación tomaría un giro inesperado. Los policías tomaron declaración a los dos peones que habían sido encerrados en la habitación donde dormían, mientras que un minucioso registro del lugar permitió encontrar el dinero que había sido supuestamente robado. Lo habían enterrado junto a un anillo de la esposa de la víctima. Algo empezaba a no encajar.

La investigación derivó hacia un hombre que hasta hacía poco había trabajado como peón. Se llamaba Antonio Mastrorisso y desde ese momento pasó a ser considerado principal sospechoso.

A Mastrorisso lo ubicaron cerca. Él y María poco pudieron hacer ante el interrogatorio de los pesquisas. La informal pareja se quebró y los investigadores dieron por concluida su tarea.

El domingo 21 de agosto, siete días después del hecho, La Prensa daba cuenta del giro con este título: «Confesaron ayer los autores del alevoso crimen cometido en una quinta de General Sarmiento«. Una de las víctimas ahora pasaba a ser parte de los victimarios.

Para saber cómo se perpetró el asesinato, transcribimos la crónica publicada por el diario de los Paz: «Entre María y Mastrorisso existían relaciones amorosas y entre ambos resolvieron asesinar a Rapossi y simular un asalto, para eludir la acción policial. También ha quedado establecido que la mujer de Rapossi fue la que encerró en la habitación a los peones de la quinta, Antonio Diobe y Donato Dítolo, y mientras esta realizaba esa tarea Mastrorisso cuidaba a la víctima,que dormía. Una vez encerrados aquellos, María se armó con un revólver que había comprado Mastrorisso en una casa de compraventa en la Capital Federal e hizo varios disparos contra su esposo, mientras, su coautor, con un machete, le infería varias heridas y le aplicaba varios golpes en la cabeza”.

La crónica seguía así: “Una vez que se hubo cerciorado de que había muerto Rapossi, María se hizo encerrar en la cocina y amordazar por Mastrorisso, quien, también a su pedido, le infirió una herida para afianzar más su situación de atacada (…). El cuchillo y el machete fueron arrojados en el interior de un pozo de balde y el revólver en un malacate, utilizado para el riego de la quinta. Para extraer ambas armas se solicitó la cooperación de los bomberos de La Plata«.

Mastrorisso y Gatti fueron detenidos. El caso quedaba esclarecido.

Luis Melillo

EL APORTE DE UNA MEMORIOSA

Ester Bossio

Para reflotar del olvido este crimen fue fundamental el recuerdo de Ester Bossio de Navarro, una vieja pobladora de la zona de Tortuguitas. Su familia ya aparecía afincada en allí en el censo nacional de 1895 y ella mantuvo hasta su muerte los recuerdos de aquella infancia y juventud rural. 

La entrevisté en el año 1997, para el libro de historia del distrito que publicaría luego el municipio local. Cuando hablábamos de viejos pobladores de la zona, Ester me refirió, como al pasar y con gesto afligido, la muerte de Pío Rapossi. Ella era una niña de 10 años y había impresionada con lo que le había pasado a aquella familia amiga de la suya. Su relato era tal como el de las notas de La Prensa.

A ella y su familia les había pasado lo mismo: primero habían creído en la versión de María, y se habían afligido por ella; cuando supieron la verdad no la podían creer. “Mi mamá fue a consolarla y a ayudarla, porque estaba herida… cuando nos enteramos que ella había hecho eso nos queríamos morir”… narró evocando sus recuerdos de niña.

Ese dato fue el disparador para que este cronista lo rastreara luego en la hemeroteca del Congreso. Esta nota es un homenaje a su memoria.

Luis Melillo