HAPPYCRACIA Y CORONAVIRUS
El autor es médico y en esta nota intenta establecer “algunas líneas de reflexion” sobre la pandemia que nos toca vivir.
Es difícil pensar con certezas sobre la pandemia de coronavirus ya que no sabemos con exactitud, en lo individual y colectivo, de qué fenómeno somos protagonistas. No obstante, se puede, con prudencia, establecer algunas líneas de reflexión.
Una perspectiva nos indica que estamos ante un cambio epocal. Esto le sucede al mundo no como acontecimiento aislado sino como disrupción general.
Tomando un concepto de Marcel Mauss sobre la segunda guerra mundial, es un “hecho social total”, donde no hay aspecto humano que escape a su influencia. Es, asimismo, un “hecho individual total”, físico, económico,vincular, emocional. Un “estado de excepción” según términos de G. Agamben.
Este hecho, como ya ha sido por otros señalado, ilumina aspectos que permanecían ocultos por nuestra vida “normal”.
El individualismo consumista extremo sufre ahora un golpe disciplinador con un fuerte impacto en las clases medias y altas que pueden comprar bienestar e ilusoria seguridad.
La felicidad así entendida está en entredicho.
En un libro de reciente aparición, la socióloga Ivana Illouz reflexiona sobre la “Happycracia”creada por la cultura norteamericana
La Happycracia reduce la importancia de lo social y lo político incrementando el valor de la gestión del sujeto sobre sí mismo, desentendiéndose de lo contextual.
Los “índices de felicidad” representan su cuantificación política donde todo requiere su exacta medida en detrimento de la subjetividad.
En un mundo digital, crece el “yoautocontrolado”, índice de pasos, ingesta de agua, horas de sueño y controles certeros y continuos sobre la glucosa, la presión arterial o el consumo calórico como una manifestación más de un cuidado de la salud de gestión propia y auto centrada más que pública y solidaria, sin negar las ventajas que tales controles pueden aportar.
El pensamiento crítico se retira ante la obsesión posmoderna por la “salud perfecta” individual e individualista donde en un extremo la muerte se ha constituido en un fracaso médico.
Según esta perspectiva de ver la vida, los padres deben hacer “felices” (¿consumistas e insolidarios?) a sus hijos, no educarlos, desertando de su ejemplo y autoridad.
La felicidad como fin no es algo nuevo, lo que ha cambiado el medio para obtenerla.
Según los distintos momentos históricos, se lograba alcanzando la verdad, la justicia, la virtud, la libertad o el bienestar colectivo; se obtiene ahora, según esta nueva visión vital, en el consumo banal, el hedonismo, y la mirada excesiva hacia el yo.
Kant decía que “No es propiamente la moral la doctrina de cómo nos hacemos felices, sino de cómo debemos ser dignos de la felicidad”
Los vínculos se han vuelto líquidos, los cuerpos ligeros y el pensamiento débil (según los respectivos conceptos de Z. Baumann, G.Lipovetsky, G. Vattimo).
La relación con el “otro”ha sido fragilizada por la mediatez de la técnica, desdibujando la resistencia y el enriquecimiento que significa el real encuentro. La relación entre médico y paciente es un ejemplo cotidiano.
El consumo desenfrenado, en las clases donde esto es posible, no reconoce fronteras.
El consumo de la medicina, como una mercancía más, ha sido alentada por diferentes actores, alterando la relación médico paciente tradicionalmente basada en la confianza, contaminándola con insolidarias demandas basadas en el deseo y la desinformación.
Con los sistemas de salud ahora desbordados en el mundo, y aquí fuertemente amenazado, el virus obliga en forma urgente y violenta, a atender lo público como una prioridad y a modificar hábitos de consumo y prescriptivos.
Viajar, de un derecho al descanso y al esparcimiento,como componentes de la salud, ha mutado en estos días aun rostro de egoísmo malvado e indolente ignorancia, precisamente en aquellos que por haber tenido acceso a una buena educación tendrían la obligación social de comportarse como solidarios ciudadanos. Las transgresiones al obligado aislamiento revelan iguales comportamientos.
Esos mismos vociferarán atención sanitaria a médicos exigidos y pauperizados, así como los que viajaron al exterior luego del decreto presidencial demandan la urgente repatriación.
La educación de la eficiencia forma personas instruidas, pero incultas.
Una ahora repetida frase de Pascal ha adquirido una inesperada relevancia, ”La infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación”.
¿Cambiará la sociedad posvirus? No lo sabemos
S. Zizék, filosofo provocativo, augura la destrucción del capitalismo. No lo creo.
Sí tendremos brutalmente delante la necesidad de contar con un sistema de salud fuerte y equitativo, hoy tan desigual aún dentro década subsistema, público y privado.
Seguramente hará que pensemos sobre nosotros y fundamentalmente sobre los otros, recuperando una ética del cuidado y eso, ya es mucho.
Daniel Chaves / Médico