EL POLÍTICO MALVINENSE QUE ESTUVO 42 DÍAS VARADO EN EL EXTERIOR

Al exconcejal macrista Néstor Marcote la pandemia lo encontró en Indonesia. En este relato cuenta el largo periplo que le permitió volver a su casa de Los Polvorines.

Marcote en el aeropuerto de Denpasar, Indonesia, una de las escalas de su periplo

Néstor Marcote dejó de ser concejal el pasado diciembre y desde entonces retomó sus actividades privadas. Un emprendimiento para exportar productos de la Argentina llevó al dirigente macrista al exterior. El recrudecimiento de la pandemia lo encontró en Indonesia. Solo pudo salir de allí en un vuelo de repatriación de ciudadanos franceses de Air France. Tras otro una larga espera en París, logró subirse a un avión de la aerolínea gala que venía a la Argentina a buscar franceses. En total, fueron 42 días varado en el exterior, esperando la vuelta que se concretó en los primeros días de mayo. En un relato escrito en primera persona, Marcote resume las circunstancias y sensaciones de su curioso e involuntario exilio.    

En diciembre terminé mi mandato y este año retomé mi negocio de exportación de carne. En febrero me fui a Barcelona por esa actividad y de ahí me fui a ver un socio a Indonesia. La pandemia me sorprende en Indonesia, en el otro lado del mundo, en el sudeste asiático, próximo a Oceanía. Iba a ser un breve viaje y se extendió más de la cuenta. Alláme sorprendieron las cancelaciones de vuelo y cierre de aeropuertos. Me alojé en una casa de los suburbios de Denpasar. Indonesia es un país muy particular,con 290 millones de habitantes y 17.000 islas en un territorio muy extendido, lo que hace poco posible tener un sistema de salud bueno.

La cordialidad y apoyo del embajador Gustavo Torres y del cónsul Martin Constanzo permitieron que pudiera conseguir medicación y contención. Tanto las autoridades de la embajada como las de Aerolíneas me informaron que no iba a poder salir de la isla hasta que se supere la pandemia. Por mis antecedentes de salud eso era realmente peligroso y más en un país donde no había medidas para enfrentar el coronavirus.

El día 25 de marzo, confinado en una casa del suburbio de Denpasar, pasé el Nyepio o Día del Silencio, un día mas que extraño en el que todo se detiene y el silencio domina todo. Nadie en la calle,no se enciende la luz, se hace ayuno… todo se detiene. El silencio gobierna y está presente en todos lados. El gobierno intentó usar ese día para prolongar una cuarentena que no era efectiva. La gente transitaba por las calles con bastante normalidad.

Tenía mi vuelo del día 22 para regresar a Barcelona anulado. Todos los días investigaba el movimiento aéreo y así descubro que el gobierno francés había concretado dos vuelos de carácter humanitario (luego se llamarían de repatriación) para el día 27 a París, desde Denpasar. Cambié mi pasaje por Internet para subirme en uno de ellos.

Llegué al aeropuerto seis horas antes y ya la cola era larguísima. Estaba muy influenciado por las informaciones y conseguí un par de tapabocas de tela. Alcohol no era posible conseguir y enfrentaba un largo viaje en avión con escala en Qatar. La cola larguísima terminaba en el check-in, donde la empleada de la aerolínea preguntaba acerca del estado de salud y los motivos del viaje a Paris. Una pequeña mentira piadosa me permitió subir al avión, diciendo que estaba po establecerme en Francia para vivir… (había que viajar). Superé ese primer escollo y rápidamente me fui al embarque. Me sorprendía pasar desapercibido, mi imagen era bastante extraña. Había decidido evitar lo máximo posible el contagio así que al tapabocas que había comprado le sume una máscara que hice abriendo al medio una botella de Coca Cola de dos litros, a la que aseguré una gorra negra, así que me sentía protegido con eso en las aglomeraciones de los aeropuertos.

Subimos al avión en horario. El viaje era más silencioso y tranquilo de lo habitual, no era el viaje típico de turistas que regresan de vacaciones, como debía ser por el destino. Esa tranquilidad era en realidad el nerviosismo consecuente de las características del viaje y la pandemia. Llegamos a hacer la escala a Qatar y el caos invadió a todo el pasaje. Qatar es un aeropuerto que recibe a miles de pasajeros de muchos destinos asiáticos y de allí los envían a sus destinos. Pensé encontrarme con un aeropuerto fantasma y, lejos de eso, era un caos de pasajeros, principalmente chinos sin guardar la distancia social ni tener precauciones. La policía trataba de ordenar y los chinos no hacían caso.

Cuando llego al embarque del tramo de Qatar a París, los empleados de la aerolínea me impiden subir al avión por no ser francés… Increíble, el día anterior había hablado a la embajada francesa y el mismo embajador me confirmó que podía viajar pues había lugar en el avión y Francia no había cerrado fronteras en ese momento… Quince minutos bravos de discusiones y terminaron aceptándome en el avión, con mucho nerviosismo.

Después de más de 12 horas llegué a un aeropuerto Charles de Gaulle totalmente desierto y desconocido. Algo fantasmal, un inmenso aeropuerto solo abierto para recibir a 200 personas que veníamos de un lugar exótico y muy lejano. El ingreso fue aceleradísimo. Me esperaba un transporte que me llevaría a Vincennes, que es una localidad en la periferia de París, muy residencial, cerca del castillo de Vincennes.

La estadía en París fue larga, viví en la casa de un matrimonio amigo, súper amables. Estábamos en un departamento que ellos compartían con sus tres hijos, que ya se independizaron. Más de 150 metros en París es un verdadero privilegio. No salí los primeros 14 días pero sí todas las mañanas hacia dos horas de gimnasia. Francia era caótica con el tema coronavirus. Luego de España e Italia, el país más afectado. El supermercado quedaba enfrente del departamento, la farmacia en la esquina y la panadería a la vuelta. Esos fueron mis primeros destinos.

Al principio el frío era importante y no había casi nadie en las calles. Con la entrada de la primavera la cola de dos personas en la panadería se transformó en una de ocho y en lugar de una persona atendiendo eran dos. Todos los días llamaba a la embajada o a Kevin Lioi de Cancillería, que tenían la amabilidad de atender a quienes estábamos varados. No solo atender sino contener… escuchar la voz amiga de otro argentino era una delicia.

Viajé solo por negocios y esta soledad en estas circunstancias era un factor muy complicado en el confinamiento. De no ser por la amabilidad de los Obiglio y la contención de la gente de la embajada y de cancillería hubiera sido muy complicado todo.

La salud en Francia estaba colapsada. Mil muertes diarias por este tema era muchísimo. El protocolo de la OMS decía que había que incinerar los cadáveres. No había capacidad para hacerlo y se usaba el depósito de frío de Rungis, el mercado central parisino  para conservar cadáveres e incinerarlos luego.

Como en Italia y en España, en Francia se utilizaba el criterio de Salud en época de Guerra. No se podía atender a todo el mundo, con lo cual los recursos se adjudicaban a quienes tenían mejores posibilidades de subsistencia. Así es que ha habido casos de suicidios de médicos que han tenido que optar por adjudicar respiradores a algunos condenando a muerte a otros.

Días tremendos se vivían en Paris. La amabilidad de la atención de la embajada era acompañada siempre por la falta de información sobre los vuelos para regresar a argentina. Carolina Ghiggino, Micaela Sinkielsztoyn, Gustavo Merlo, Nicolás Ramptica y el mismo cónsul Pablo Echeverry han atendido siempre y han sido solícitos en todo lo que podían serlo. Sabía que el ministro de Salud no quería correr más riesgos y que el canciller Felipe Solá insistía con el regreso de los compatriotas.

Las comunicación vía redes hacían maravillas y pude solucionar algunas cosas de vecinos incluso a la distancia. En la Secretaria de la Mujer y Familia, Elisabeth Farese me ayudó con algunos casos puntuales. Lo mismo en Tránsito, con Mariano Hidalgo, y en Salud, con el Dr. Rodolfo Ortega. A pesar de las diferencias políticas y de la distancia, la coordinación en esta época de pandemia se pudo lograr.

En este tema de las diferencias políticas y los agradecimientos tengo que destacar la actitud de Leo Nardini y de Luis Vivona, quienes intercedieron ante cancillería por mi caso, y me consta que también por otros malvineneses que necesitábamos regresar a nuestra casa. Siempre han estado ambos presente en estos momentos complicados para mí y ahí también mi agradecimiento a ellos. Probablemente adversarios en lo político pero cercanos en esta situación de carácter humanitario.

Por fin, el canciller Solá hizo el esperado anuncio que traería a todos los argentinos varados en el exterior antes del 15 de mayo. Así que, los primeros días de mayo, en un vuelo Air France que iba a buscar franceses a la Argentina, unos 400 argentinos hemos tenido la posibilidad de volver a casa.

El operativo fue más que importante. Seis horas antes fuimos citados al fantasmal aeropuerto Charles De Gaulle. La terminal 2, usada para vuelos internacionales, solo tenía previsto un vuelo a Hong Kong y nuestro vuelo a la Argentina. Con todos los cuidados que impone la pandemia fuimos chequeados primero por el personal de la embajada y un médico nos tomó la fiebre.

El embarque multitudinario fue ordenado y me tocó sentarme con dos asientos libres respecto al pasajero más cercano. Las familias viajaban juntas; como yo lo hacía solo, estaba más aislado. Obvio que con todas las anécdotas de un viaje de estas características, con intensas redes sociales hablando con protagonistas y opinólogos de las infinitas situaciones particulares de cada uno de los que estábamos en el exterior, el regreso fue una gloria para mí.

De las anécdotas del viaje, la más destacada fue que en pleno vuelo sobre el Atlántico, una joven tres asientos más atrás mío sufrió un ataque de epilepsia que conmocionó a todo el sector del avión. Dos médicos la socorrieron y superó el trance. Luego, tras una imprevista escala técnica en San Pablo, la llegada a Ezeiza. Allí, chequeo médico, papeles y separados los que vivían en CABA, los de provincias y los del Conurbano. Pasé a buscar las valijas y… por fin en mi casa. Por fin en Los Polvorines, por fin en Malvinas Argentinas, para cumplir con mi cuarentena.

Gracias a todos los que han intervenido. He pasado en casi dos meses una vida con muchos y curiosos hechos. Con riesgos que jamás imaginé correr y cientos de anécdotas… Pero por fin en casa”.